sábado, 7 de julio de 2012

UN SIMPLE DÍA DE VERANO



El niño corretea sus dos años por las lindes del jardín.

La pelota que impulsa con manitas de terciopelo, bota azarosamente y le sorprende. Despierta su risa y su generosa alegría despunta sobre el murmullo congregado al mantel.
-Muy buena la paella- exclama alguien.
-El secreto está en hornearla- asegura quién escancia vino sobre una copa de  estilizado cristal.
Entre la marea de gargantas que exhalan su rumor anodino, brotan conversaciones de a dos.
-Pareces un zombi con catarro-
-Ya te digo. ¡Con tanta alergia!-
La pequeña Carla acaba de aferrar la copa de vino. Una mano providencial le sale al paso:
-Nena que esto no es Coca-cola. Y tu padre ni se entera-
La mosca negra y oronda remonta el cristal de la copa recién aterrizada sobre el mantel. El adolescente blande su mano como un látigo.  Entre sus dedos, el insecto revolotea a oscuras, bajo la presión de la carne húmeda.
-Hace cosquillas- susurra.
-¡Qué asco!. Lávate esas manos por favor -ordena su madre.
El aire mece las hojas de los árboles y provoca un rumor de sonajero que se propaga por el jardín.
-Menos mal que estamos en la Sierra y sopla algo de viento -murmura un hombre voluminoso, al tiempo que devora su pieza de pollo. Hilos de agua recalentada descienden por su frente.
-Viento del mismo infierno- responde la mujer que acaba de darle un trago al tinto de verano. Los cabellos vienen a su cara impulsados por el golpe de aire.
-Calentito y guasón -añade.
-Así me pongo yo en los veranos -ríe el seboso.
La mujer lo mira con desidia. Por un momento se ha imaginado al gordo poniéndose dulzón. No le hace gracia alguna.
El niño ha cambiado la pelota por una chuleta. Mueve aparatosamente los labios en ademán de estar deglutiendo. Se halla en pleno jardín. A unos metros de la mesa ovalada en la que se congregan los murmullos, las risotadas, los padres y los primos más pequeños.
Whisky, el cachorro westy y albino de tío Gonzalo, ladra a sus pies. Pone ojos de aceituna negra y rabosea blandiendo su cola vertical.
El niño lo mira entornando los ojos. Decide ofrecerle su chuleta y Whisky la engulle en un santiamén.
-¡Víctor!. ¡Dios mío!- grita su madre -pero ¿qué haces dándole tu chuleta al perro?-
-Joder con Whisky- añade el tío- se la ha tragao sin respirar, como el vino-
-¿Le das vino al perro?- pregunta la madre con ojos que taladran.
-Mujer, sólo lo hice una vez, para ver cómo reaccionaba- Agita suavemente la copa y el tinto danza con cadenciosa lentitud, impregnando su lágrima al ritmo del clima untuoso.
 –Se lo bebió enterito, el muy cabrón- añade explayando una sonrisa.
Brotan las risotadas como un níveo copo helado en la tarde ventosa e ígnea. En el vértice superior de la mesa ovalada, la abuela se yergue como un ciprés.
-Bueno, vamos a los postres. Todos a quitar la mesa. Mi nieto Víctor es un figura y mi hijo Gonzalo también, así que no se hable más-
Un simple día de verano en familia. Nada crucial. Nada, excepto el inmenso placer de compartirlo.

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