UN SIMPLE DÍA DE VERANO
El niño corretea sus dos
años por las lindes del jardín.
La pelota que impulsa con
manitas de terciopelo, bota azarosamente y le sorprende. Despierta su risa y su
generosa alegría despunta sobre el murmullo congregado al mantel.
-Muy buena la paella-
exclama alguien.
-El secreto está en
hornearla- asegura quién escancia vino sobre una copa de estilizado cristal.
Entre la marea de
gargantas que exhalan su rumor anodino, brotan conversaciones de a dos.
-Pareces un zombi con
catarro-
-Ya te digo. ¡Con tanta alergia!-
La pequeña Carla acaba de
aferrar la copa de vino. Una mano providencial le sale al paso:
-Nena que esto no es
Coca-cola. Y tu padre ni se entera-
La mosca negra y oronda
remonta el cristal de la copa recién aterrizada sobre el mantel. El adolescente
blande su mano como un látigo. Entre sus
dedos, el insecto revolotea a oscuras, bajo la presión de la carne húmeda.
-Hace cosquillas- susurra.
-¡Qué asco!. Lávate esas
manos por favor -ordena su madre.
El aire mece las hojas de
los árboles y provoca un rumor de sonajero que se propaga por el jardín.
-Menos mal que estamos en
la Sierra y sopla algo de viento -murmura un hombre voluminoso, al tiempo que devora
su pieza de pollo. Hilos de agua recalentada descienden por su frente.
-Viento del mismo
infierno- responde la mujer que acaba de darle un trago al tinto de verano. Los
cabellos vienen a su cara impulsados por el golpe de aire.
-Calentito y guasón -añade.
-Así me pongo yo en los
veranos -ríe el seboso.
La mujer lo mira con
desidia. Por un momento se ha imaginado al gordo poniéndose dulzón. No le hace
gracia alguna.
El niño ha cambiado la
pelota por una chuleta. Mueve aparatosamente los labios en ademán de estar
deglutiendo. Se halla en pleno jardín. A unos metros de la mesa ovalada en la
que se congregan los murmullos, las risotadas, los padres y los primos más
pequeños.
Whisky, el cachorro westy y
albino de tío Gonzalo, ladra a sus pies. Pone ojos de aceituna negra y rabosea
blandiendo su cola vertical.
El niño lo mira entornando
los ojos. Decide ofrecerle su chuleta y Whisky la engulle en un santiamén.
-¡Víctor!. ¡Dios mío!-
grita su madre -pero ¿qué haces dándole tu chuleta al perro?-
-Joder con Whisky- añade el
tío- se la ha tragao sin respirar, como el vino-
-¿Le das vino al perro?-
pregunta la madre con ojos que taladran.
-Mujer, sólo lo hice una
vez, para ver cómo reaccionaba- Agita suavemente la copa y el tinto danza con
cadenciosa lentitud, impregnando su lágrima al ritmo del clima untuoso.
–Se lo bebió enterito, el muy cabrón- añade
explayando una sonrisa.
Brotan las risotadas como
un níveo copo helado en la tarde ventosa e ígnea. En el vértice superior de la
mesa ovalada, la abuela se yergue como un ciprés.
-Bueno, vamos a los postres.
Todos a quitar la mesa. Mi nieto Víctor es un figura y mi hijo Gonzalo también,
así que no se hable más-
Un simple día de verano en
familia. Nada crucial. Nada, excepto el inmenso placer de compartirlo.
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